Jenkins, por ejemplo, era un filántropo y un mecenas, pero también un represor de obreros y campesinos. Monopolizó las salas de cine del país, igual que el azúcar y los textiles.
En un certamen nacional para designar a los mexicanos más impúdicos, los lugares indiscutibles los ocuparían los distinguidos ciudadanos: don Lorenzo Córdova; su samurái, Ciro Murayama y el mago del INE, Edmundo Jacobo.
Conocí a Carlos Monsiváis en el café Las Américas un día en el que festejaba mi primer y único editorial en el periódico Zócalo, dirigido por el canalla mayor de Alfredo Kawachi.